Los Hijos Del Grial

Los Hijos Del Grial

Author:Peter Berling
Language: es
Format: mobi
Tags: prose_history
Published: 2010-03-02T00:00:00+00:00


A Vito le pareció que había transcurrido una eternidad cuando al fin se abrió la puerta de su cámara y Mateo de París, el encargado superior del Documentario, le comunicó que su carcer strictus había sido rebajada a custodia ad domicilium.

—Lo cual significa que no podéis abandonar el castillo sin permiso expreso...

Sin dejar que el preocupado monje terminara de hablar, Vito pasó raudo a su lado.

—¿Dónde está el prisionero que os envié?

—En la más oscura de las mazmorras, ¡tal como habíais indicado!

—Acompañadme, ¡vamos a iluminarle el cerebro por última vez!

—¡Yo no puedo ver sangre!— le contestó Mateo espantado aunque con decisión. —¡Ni siquiera una tortura! Os enviaré al castigator.

—No, ¡al carnifex!— Vito estalló en una risa violenta y dejó a Mateo atrás. Conocía perfectamente cómo llegar hasta las profundidades del castillo.

Roberto, el hombre fuerte como un oso capaz de reventar cadenas, estaba inconsciente cuando lo sacaron, con ayuda de unas barras de hierro, de las aguas heladas de la garganta. En ese mismo estado lo encadenaron y transportaron en una caja que parecía un ataúd, hasta que días después se encontró, ya debilitado por el hambre y la sed, en un lugar desconocido y oscuro, aherrojado a una roca húmeda. El agua que goteaba de las paredes lo mantuvo con vida.

Durante mucho tiempo ése fue el único ruido que escuchó. Pero después le llegó el lejano resplandor de una luz. Por una escalera que conducía hasta su cárcel se acercaron pasos, y las sombras de las rejas se movieron conforme se acercaban unas teas encendidas.

Vito ordenó que corrieran los cerrojos, y Roberto reconoció, con sus ojos cansados y medio ciegos, al "cuervo": aquel fantasma sospechoso que los había perseguido por todo el norte de Italia hasta los Alpes. Y detrás de él vio el fuego candente que serpenteaba en una sartén de cobre y los hierros, las agujas puntiagudas y las tenazas que un monje estaba calentando con hábiles movimientos de experto.

—Es un mozo fuerte— observó Vito con sequedad dirigiéndose a su ayudante, cuyos brazos largos y espaldas anchas llamaban la atención a pesar del hábito y la capucha que le ocultaban casi todo el cuerpo. —Es capaz de romper cadenas, y también de levantar dos troncos gruesos.— Se acercó para iluminar con su tea el rostro de Roberto. El prisionero se mantenía erguido, más bien debido a las anillas de hierro de las que colgaban sus manos que por los pies que apenas lo sostenían, pero resistió la mirada. —Mala suerte que esos dos troncos formaran el puente que yo deseaba cruzar con tanta urgencia.

Acercó aún más la llama, y de la tea cayeron gotas de alquitrán sobre el pecho del prisionero, que sin embargo no tembló.

—¡Es una lástima que sea un servidor tan fiel de mis enemigos!— Ni siquiera cuando la pequeña llama prendió en los pelos del pecho y la piel se levantó formando ampollas dejó Roberto escapar un gemido. Vito de Viterbo se apartó de él y se volvió hacia la puerta enrejada. —¡Cumple con tu oficio!— le dijo en voz alta al monje que manipulaba los hierros candentes.



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